viernes, 20 de enero de 2017

LA PAZ DE WESTFALIA (1648) Y DE LOS PIRINEOS (1659)

Hoy quería realizar un estudio minucioso sobre el mapa que os muestro justo debajo de este párrafo que nos indica la posición de las distintas potencias europeas tras la Paz de Westfalia, en 1648, y la Paz de los Pirineos, en 1659, y que supuso una clara pérdida de hegemonía de España a nivel europeo por lo que considero que sería interesante hablar un poco sobre él.

Mapa de la Paz de Westfalia y de los Pirineos

Con respecto al mapa de la Paz de Westfalia y la Paz de los Pirineos, se dio la primera en el año 1648 y la segunda en el 1659 y nos indican cuales eran las posesiones de los reyes Austrias en el siglo XVII. En ese momento, España contaba en sus posesiones con la Península Ibérica (Portugal se independizó en 1652, aunque fue reconocido por España en 1688), las islas Baleares, las islas Canarias, Cerdeña, Sicilia, el Reino de Nápoles, Saboya, el Franco Condado, Flandes, tierras americanas y puertos en el Norte de África. 

Sin embargo, con la paz de Westfalia, España, habiendo perdido la Guerra de los Treinta Años, se vio obligada a dar la independencia a las Provincias Unidas de Holanda. Tras haberla concluido, las hostilidades continuaron entre Francia y España, y no les quedó más remedio, en 1659 que negociar unas condiciones de acuerdo que al país Ibérico le supondrían la pérdida de Artois y algunas plazas fuertes en Flandes, Henao y Luxemburgo, el Rosellón, Conflent, Vallespir y parte de la Cerdaña todo ello en favor de Francia, aunque a España le devolvían el Charolais y las conquistas de Italia (en este acuerdo también se casó al rey Luis XIV de Francia con la hija de Felipe IV, siendo la dote de la boda medio millón de escudos).

Antes de que en Europa quedase definido este mapa, España era quien mayor poder tenía en Europa, tanto político como territorial. Sin embargo, la erupción de la Guerra de los Treinta Años hizo que la situación cambiase por completo. Todo el conflicto comenzó por una pugna religiosa entre católicos y protestantes en 1618, que los españoles, principal apoyo del catolicismo se encargaron de sofocar rápidamente atacando también a los territorios de Flandes. El problema para España fue cuando otros países decidieron involucrarse también en el conflicto, Dinamarca y Suecia en 1630 y sobre todo Francia, que inició su ofensiva en 1635 y desde entonces, los tercios comenzaron a sufrir derrotas como la de Rocroi (1643) que cambiaron definitivamente el curso de la Guerra hasta que en 1648 con la Paz de Westfalia se declaró la independencia de  las Provincias Unidas de Holanda. Pese a que aparentemente la Guerra de los Treinta Años acabara con este Tratado, España y Francia siguieron con sus disputas aprovechando los primeros la Revuelta de la Fonda y los segundos la sublevación de Cataluña. El conflicto finalizó en 1659 con el Tratado del Pirineo pero dejó muy tocada a la corona hispánica a favor de Francia que se convirtió en la potencia hegemónica de Europa. Suecia vio también aumentada su influencia en Europa Central y cabría destacar la múltiple división del Imperio Romano Germánico en multitud de territorios. Asimismo, la resolución del conflicto permitió una igualdad y reconocimiento de las distintas doctrinas religiosas que habían iniciado la Guerra.

Como conclusión, podríamos argumentar que el intento de conservar unos territorios que no querían estar con España y que no le reportaban ningún beneficio hizo que España perdiera mucho más que la simple posesión de unas tierras. Ya que, sumado a la gran cantidad de soldados que se perdieron habría que añadirle la pérdida de otros territorios que sí eran importantes como Portugal o Cataluña, entre otras cosas por el descontento con una corona centrada en la Guerra de los Treinta Años; la pérdida de hegemonía en Europa ya de forma permanente; y la gran crisis en la que se introdujo el país. En Europa, esta guerra sirvió para definir el mapa hasta tiempos de Napoleón y sentaron los fundamentos de las ideas centrales de la nación-estado soberana, acordándose que los ciudadanos se atuvieran a las leyes y designios de sus propios soberanos.

BIBLIOGRAFÍA:



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